12 sept 2011

Cuentos del autor - Otoño 


Este cuento, lo escribí ya hace unos buenos años, en los tiempos cuando la capital era mi hogar y el Metro subterráneo me parecía familiar. Cuando escribí este relato, me lo tomé como una forma de expresar mis sentimientos y de experimentar un poco, ya que trataba de hacer algo que para mi fuera inusual en la forma estructural de la historia. Quizás para algunos cuando lo lean, les parecerá que deja muchas cosas inconclusas, pero por un lado trataba de dejar una puerta abierta que quizás quedó "muy abierta"... no lo sé, solo sé que este pequeño experimento me agradó y es por eso que decidí publicar el relato sin ninguna modificación, lo cual muchos me sugirieron cuando lo leyeron.

Espero que disfruten este cuento, el cual a mi me trae muchos recuerdos.

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Tengo mucho frío a pesar de estar en mi cama. El informe del tiempo en televisión no fue muy alentador. 3 grados bajo cero para el amanecer. Un pequeño adelanto del gélido invierno que se vendrá. Para peor, es día Lunes, el odioso comienzo de semana que no muchos aman, pero en el que todos renacen como el ave fénix (después de un merecido descanso).. el día de "las nuevas oportunidades" como decía mi viejo. El hombre más sabio y caballero que he conocido. Realmente lo extraño, al igual que a mi viejita y su exquisito Pie de Limón. Nadie lo hace como ella. Hace días que me encuentro melancólico, extrañando a mis seres queridos, el calor de mi hogar en el sur, queriendo forjar mi vida cerca de ellos, pero me ha sido imposible. Estoy a kilómetros, lejos, en una ciudad extraña, tratando de comenzar a crear mi historia como lo hicieron mis padres hace muchos años. No ha sido fácil, pero no puedo negar que he conocido otras cosas, nuevas experiencias y estilos de vida. Otras calles, otros monumentos y otros aromas. Sin comentar las frías mañanas de acá, como esta precisamente, que en algo me recuerdan a mi querido sur y que lentamente he tratado de soportar.

Salgo de mi cama. El frío es atroz. Enciendo mi pequeña estufa eléctrica, que en algo combate a la punzante temperatura de mi habitación. Me lavo, me visto y me dirijo a mi trabajo. Por suerte, cada día desayuno en la empresa, donde me he forjado una gran amistad con mis colegas y que silenciosamente me ayuda en mi soledad. El almuerzo igual lo comparto allí, contando cada uno sus anécdotas del fin de semana. No me puedo quejar, me siento muy bien cuando estoy en mi trabajo, aunque igual preferiría estar con mi gente en el sur.

Pasa el día. Salgo de la oficina, después de otra jornada laboral. La noche caerá en menos de una hora. El húmedo cemento de las calles, las hojas anaranjadas en el suelo, los viejos faroles recién encendidos y el tímido, pero heladísimo viento otoñal, me esperan afuera del edificio corporativo. Procuro protegerme bien con un viejo gorro de lana que me tejió mi abuela hace un par de años y que curiosamente combina bien con mi abrigo nuevo, además de unos guantes de cuero algo gastados que pertenecieron a mi Padre en su juventud. Debo caminar algunas cuadras para llegar al Metro y debo decir que ese trayecto, en estas condiciones, es algo tortuoso para mi. Nunca fui muy amigo de las heladas invernales. A pesar de ser sureño de tomo y lomo, me destacaba entre mis pares por ser "friolento" (Defecto heredado de mi Madre) y muchos de mis amigos se burlaban de mi cuando, siendo un día relativamente fresco, salía a jugar con un sweater porque no soportaba el frío viento de aquellas tardes cercanas a la primavera. Por el contrario, no me complica tanto la lluvia (Que es una marca registrada en mi ciudad de origen), porque cuando llueve, generalmente la temperatura es un poco más alta y por lo demás es soportable, solo te cubres bien bajo un edificio y listo. Puedo tolerarla fácilmente, e incluso en muchas ocasiones la prefiero, como en esta, aunque no tenga un paraguas a mano. El informe del tiempo en televisión no pronostico chubascos, así que tendré que luchar contra esta fría tarde. No me queda otra, la lluvia será para otra oportunidad. Además ya queda poco para llegar a la estación.

Acabo de llegar a la esquina de la avenida principal. Al frente, cruzando una burda aglomeración de vehículos y autobuses, se encuentra el parque del centro. Aquella floresta que cada día cruzo, tanto en las mañanas como en las tardes. Adornada con hermosos faroles metálicos en sus senderos, algunas bancas de madera algo deterioradas por los años y con una infinidad de hojas muertas, como cual alfombra color ladrillo, sobre los extensos prados y caminos humedecidos por el rocío pre-nocturno.

Cruzo la calle y llego a la entrada del parquecillo. La humedad es evidente, se siente en el aire, pero me agrada. No me incomoda en lo absoluto. Avanzo por aquel sendero algo mojado, hundiéndome levemente entre el fango, marcando mi trayecto a mis espaldas y buscando no deslizarme y perder el equilibrio, ya que percibo que la planta de mis zapatos se resbala tímidamente sobre aquella superficie. Incluso en algunas ocasiones debo saltar para no caerme. Ya estoy a punto de llegar a la estación que me espera algunos metros más allá. La tarde se esta apagando a cada minuto, ocultándose el sol detrás de algunas grotescas nubes grises en el cielo. Desde mi posición, veo aquel letrero luminoso tan característico de la compañía del metro, iluminado por una pequeña ampolleta en su interior y dándole la bienvenida a todos los usuarios que ingresaban indiscriminadamente sobre su portal. De hecho, cuando mi mirada se dirige hacia ese sector, descubro entre la gente, en uno de los bordes de la entrada, una pequeña figura femenina, de mirada triste, despreocupada de su entorno y liberando algunas lagrimas, las cuales se deslizan sobre sus mejillas. Debo reconocer que es una de las criaturas mas hermosas que he visto jamás y me llama la atención su tristeza. Con algo de incredulidad me acerco disimuladamente. La quedo mirando fijamente, pero sin parecer pervertido. La chiquilla se da cuenta y me devuelve la mirada algo sorprendida.

-Hola. -le digo-

-Hola. -me responde un poco asustada-

-Mira... se que no me conoces, pero.. no pude evitar notar tu tristeza. Si es que tienes tiempo, te invito a tomar un café en la esquina, para que te olvides un poco de tu sufrimiento.

La joven estuvo callada algún rato. Después de ello, me mira fijamente y acepta mi invitación como si me conociera durante muchos años. Con una tierna sonrisa abandona su posición y me acompaña a charlar, acompañados de una exquisita taza de café. Mientras camina a mi lado, se seca sus lágrimas con la manga de su abrigo. Ya no respira agitadamente. Al parecer se tomó las cosas con calma y silenciosamente se concentra en su trayecto. No cruzamos palabra alguna, como si de un mero tramite se tratara. Al final, cuando llegamos a una vieja cafetería de grandes ventanales, algunos pasos más allá de la estación del metro, nos paramos uno al frente del otro. Cortésmente le abro la puerta de vidrio y la invito a entrar al inmueble. Ella acepta gustosamente y me agradece mi gestión. Finalmente, dentro del local, nos sentamos en una pequeña mesa junto a un enorme ventanal, cubierto por una pequeña cortina de lino. Somos los únicos en el salón. El silencio es nuestro acompañante durante algunos minutos. No tengo idea de como reaccionar, de que forma comenzar una breve charla o de que palabras utilizar para romper el hielo. De hecho, ahora me pregunto de como fui capaz de acercarme tan valientemente e invitarla como si nada. Aun no me lo explico. Por otro lado, creo que ella también tiene las mismas interrogantes en su cabeza. No tengo la mayor certeza de ello, pero según como me mira y de como juguetea con sus dedos, me da la sensación de no saber que paso seguir.

Al poco rato, llega una joven, de no más de un metro sesenta, de grandes ojos negros y de una cabellera lisa y oscura que deja caer sobre sus hombros. De un pequeño delantal blanco que viste, retira de un bolsillo canguro una pequeña libreta de anotaciones. Nos pregunta sobre nuestro pedido. Mi compañera pide un capuccino, yo por mi lado deseo tomar un cortado, y es eso lo que pido. La joven se retira y desaparece detrás de un mostrador algunos metros mas allá, dejándonos otra vez solos en el local. Silentes. Observándonos el uno al otro.

Su belleza me mantiene hipnotizado. No parece una supermodelo ni nada parecido, pero sus rasgos delicados me terminan de maravillar. Su pequeña y puntiaguda nariz, sus infantiles ojos color miel y sus carnosos y rosados labios, acompañados de algunos coquetos rizos castaños cubiertos por un simple gorro estilo ruso, se complementan armónicamente, a pesar de que las huellas de la tristeza no se han borrado todavía. Calculo que debe tener alrededor de veinte años o más. Posiblemente es una estudiante universitaria, o eso parece ser. Descarto esa idea porque no le veo bolso alguno. A lo mejor le rompió el corazón algún amor pasajero. Quizás no es de acá y se encuentra perdida en la gran ciudad. No lo se. Son muchas las preguntas que me hago y que deseo consultarle, además sé que me servirán para romper el hielo, pero veo que ella se me adelanta y lo quiebra primero. Siento que desde ahora podremos charlar tranquilamente, después de un largo periodo de estudiarnos físicamente.

- Gracias por invitarme. -me dice-

- De nada.... -silencio- disculpa... ¿Como te llamas?

- Catalina.

- Muy lindo nombre... ¿Sabías que es un nombre griego y significa pureza?..

Veo una pequeña sonrisa dibujada en su rostro.

- Pues, parece que no es mi caso. -me responde de una forma que me parece irónica-

Me quedo callado.

- Es broma... no sabía que mi nombre significaba eso.

Dejo salir una pequeña carcajada. Mi compañera me acompaña, riéndose de sus palabras también. Siento que la atracción es mutua, a pesar de que nuestra charla no superaba en interés a las conversaciones infantiles y de que nunca nos habíamos visto. No recuerdo cuando fue la última vez que sentí esto por otra persona, pero esa sensación de encantamiento mutuo siempre es una experiencia enriquecedora y por lo demás autocomplaciente para cada una de las partes.

- ¿Como te llamas?, me pregunta.

- Andrés.

- Andrés, -me responde moviendo su cabeza - hace mucho tiempo que no me encontraba con alguien que se llamara así, tu sabes, como tu nombre se usa generalmente después del primero...

- Si... jeje, - le digo - es bastante común como segundo nombre, aunque igual se usa mucho como primer nombre... de hecho mi papá se llama así y mi abuelo se llamaba Andrés también..
Ambos sonreímos tímidamente. Continúa un rato de silencio.

- Andrés, ¿Qué haces de tu vida?.

- Trabajo en una empresa de informática. En el área de soporte. Soy Ingeniero Informático de profesión....

- Que bien. - me dice mientras pierde su mirada hacia el ventanal -

Alguien nos interrumpe sorpresivamente. Es la muchacha del café. Amablemente organiza todo sobre la mesa y deposita cada una de las tazas con su respectivo vasito de soda, un par de galletas de coco y servilletas para cada uno. Mi compañera decide beber la soda como primera instancia y posteriormente procede a degustar sus galletas. Yo me tomo las cosas con más calma, empezando por el cortado y luego alternando con la soda. Las galletas las agrego después de beber el último sorbo de mi soda. A esas alturas, mi compañera había terminado con lo suyo. Silenciosamente se levanta y me indica que irá al baño y que volverá enseguida. Mientras la veo caminar por un estrecho pasillo junto al mostrador del local, trato de imaginar sobre su vida, especulando nada más. Aún me revuelve en la cabeza la imagen de Catalina llorando junto a la entrada del metro, con su mirada distante y su semblante apagado. No creo que sea prudente preguntarle con respecto a ello y el porqué se encontraba en esa situación, pero esa escena fue la instigadora a que me acercara y la invitara a beber un capuccino. Por otro lado, ella debe pensar lo mismo y solo se encuentra expectante a que le comience a hacer preguntas. Es un riesgo que debo tomar, creo que ella me interesa, por lo menos físicamente me atrajo, y si decido continuar más allá, es necesario conocerla un poco más y porque no, si le puedo brindar mi ayuda con respecto a su tristeza, la única forma de hacerlo es saber que le pasó. Ahora acabo de terminar mi última galleta, junto con el cortado. Ya no me queda nada más que esperar a mi invitada.

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