24 sept 2011

Avance 

El día que llegamos a Temuco





 Recuerdo aquel día como si fuera ayer. El día que llegamos a mi querido Temuco aquel verano del noventa. El día que conocí la capital de la Frontera.

 Después de un viaje de casi diez horas en la vieja Chevrolet Custom de Don Lalo, logré divisar en el horizonte el mar de árboles nativos que cubría al ese entonces, desconocido Cerro Ñielol. Privilegiado espectador de los primeros villorrios que formaron a la reconocida capital sureña hace más de un siglo. Cruzamos por un camino fracturado por el paso de los años, el cual rodeaba por el lado oriental al viejo cerro. Dicho camino nos dio la bienvenida a la ciudad, la cual nos recibió con una imponente cruz monumental, anclada en la avenida principal donde circulaba nuestra camioneta. Al tiempo después, supe que aquella avenida se llamaba Caupolican, en honor al heroico guerrero de antaño.
   
    Estaba sentado en la cabina trasera de la camioneta, junto al ventanal izquierdo, observando este nuevo paisaje que me presentaba mi nueva ciudad. Veía una hilera de casonas antiguas, algunas de noble madera y otras de sólido concreto, las cuales aparecían a la velocidad de un rayo a medida que circulábamos. Cruzábamos calles de nombres desconocidos, algunas de doble vía, otras apenas distinguibles y algunos pequeños callejones que se repartían a las orillas de Caupolican. Después de algunos minutos, llegamos a la intersección de otra avenida de similares características, una que atravesaba de izquierda a derecha a Caupolican, siendo la puerta de entrada definitiva a Temuco. La primera avenida de importancia de la ciudad y que se puede denominar como fundacional, la centenaria avenida General Balmaceda.

         Tomamos nuestra derecha, ingresando por sus amplias pistas. Allí atravesamos una plazoleta con un busto de Pedro de Valdivia, el cual veía hacia el horizonte con sus ojos apagados, quizás recordando aquellas cabalgatas realizadas durante la conquista. En una esquina próxima, un pequeño edificio blanco tenía escrito en su fachada “Centro cultural municipal” con unas delgadas letras metálicas y según las palabras de Don Lalo, aquel inmueble era la Biblioteca municipal. Ya más al interior de nuestro camino y en el centro del ancho brazo rodeado por las pistas, una hilera de gigantescos Castaños, atravesaban hasta el final de la avenida, cruzando al Liceo Pablo Neruda, el Liceo técnico femenino y el liceo Pedro Aguirre Cerda. También atravesamos por fuera de la cárcel de la ciudad y del Cementerio general, el cual finalizaba nuestro transcurso por la vieja Balmaceda. Al llegar al extremo de aquel hermoso boulevard, otra avenida de anchas calles y plazoletas interiores hacía su aparición. La avenida Prieto norte, denominada así porque se prolongaba más allá de Caupolicán, siendo dividida por algunos barrios hasta volver a aparecer como Prieto sur, en el extremo más lejano de nuestra panorámica.

        Cuando llegamos al cruce correspondiente, nos desviamos hacia nuestra izquierda, donde atravesamos un par de cuadras para llegar a otro cruce donde nos daba la bienvenida la avenida Pedro de Valdivia. ¿Qué tiene avenidas Temuco?, recuerdo que le grité a Don Lalo, quien nos servia de guía turístico y nos contaba un poco sobre la historia que rodeaba nuestro camino. Él era oriundo de la ciudad y por supuesto que le encantaba hablarnos sobre su lugar de origen. Cuando Don Lalo escuchó mis expresivas palabras, soltó una agradable carcajada para luego responder  amablemente que Temuco era una de las pocas ciudades de Chile, compuesta en su mayoría por áreas verdes en casi todas sus calles, además de confirmar mi comentario sobre las avenidas.

         Pedro de Valdivia no era una arteria como las anteriores y era la excepción a la afirmación de nuestro guía turístico. De hecho, se parecía mucho más a la típica avenida Santiaguina, algo así como la Gran Avenida o Vicuña Mackenna. Un lugar con muy pocos árboles, algunas casas de concreto y plantas de procesamiento como la de los helados LB. También recuerdo que Don Lalo nos indicó un enorme recinto similar a una escuela, el cual correspondía a la Fundación Mi Casa, en donde funcionaba un hogar de acogida para niños desamparados. En ese lugar, me habían  llamado la atención unos árboles que allí se encontraban, los ejemplares más grandes que había visto hasta ese entonces. Dos enormes pinos de gigantescas ramas pobladas y de filamentos puntiagudos, danzaban con la brisa del viento sureño y vigilaban como enormes atalayas el portal de entrada a la Fundación.

      Un poco mas allá, continuando hacia el poniente, Pedro de Valdivia subía en una pendiente casi interminable, comenzando por el naciente sector residencial y después de cruzar un riachuelo, el cual era conocido como el Canal Gibbs, según nos contaba Don Lalo. Subiendo un poco mas en el trayecto, llegamos a una pequeña calle que descendía por la izquierda y que se cruzaba por nuestro camino bruscamente. Dicha calle era donde estaba mi casa y se llamaba Recreo, lo cual me causó algo de risa cuando supe su nombre. Mas abajo estaba mi barrio, el cual dijo Don Lalo era conocido como “Campos Deportivos”. Esa  refrescante mañana conocí por primera vez a mi querido Temuco, a mis tiernos nueve años, deseoso de comenzar una nueva vida en el sur.

***

         Mi casa se encontraba aproximadamente a dos cuadras de Pedro de Valdivia, en la esquina de Recreo con Víctor Domingo Silva y justo al frente de una enorme cancha de tierra, en donde se desarrollaba un partido de futbol a esas horas del día. La gente abarrotaba los alrededores del recinto para observar el encuentro, donde el esfuerzo de los poco atléticos jugadores, era reconocido con vítores y gritos de barras bravas.

Al fondo de dicha cancha, la techumbre metálica de un gimnasio se levantaba y brillaba casi por autonomía propia, destacando en el paisaje de los techos bajos de las casas. La calle Recreo continuaba su trecho y a doscientos metros se desviaba hacia el sur, siendo decorada por enormes pinos centenarios al final de dicha vuelta. Pequeñas casas pareadas de diminutas ventanas a sus costados, estaban dispersas alrededor del vecindario, mezcla de distintos colores y antejardines tan típicos del sur de Chile.

           Nuestra casa era de color perla, con un pequeño cerco de madera y grandes tablones divisorios en el sector del patio. La puerta de entrada era por Víctor Domingo Silva y estaba acompañada por un ventanal delgado en su lado derecho. Por el lado de la pendiente de Recreo, las paredes exteriores lucían dos pequeñas ventanas de madera, las cuales se ubicaban en el living y en una de las dos habitaciones de la casa respectivamente. El antejardín tenía su pasto recién cortado y el dulce olor de este, ingresaba por mis fosas nasales con una delicadeza que fue característica de mi hogar durante esos años. Recuerdo que quedé atontado por algunos minutos sobre mi antejardín, olfateando ese aroma que por primera vez percibía. El aroma del sur, el aroma del aire limpio, el cual mucha gente en Santiago extrañaba y también me había comentado antes de viajar. Recuerdo que la señora Pola, una vecina que tuvimos en Recoleta, me dijo que mi vida cambiaria y que conocería un lugar maravilloso, donde nunca tendría que aspirar el quemante olor del humo y no tendría que preocuparme de ocultarme en mi casa al anochecer. Esas palabras me vinieron a la mente en aquel segundo. Cuanta razón tenía la señora Pola, pensé.

         Dentro de mi casa, las paredes estaban barnizadas de un color parecido al caramelo. El living era pequeño pero muy acogedor, muy distinto a la casa de adobe en donde vivimos durante tantos años. Una casa sombría, de muros grisáceos y fríos, impregnada del olor al cigarrillo de la Sabrina, una de las tantas pensionistas que vivían con nosotros. Mi nueva casa era diferente, llena de magia, un ambiente impecable y con un olor a limpio como la ropa recién lavada.

         Por la pared izquierda y justo al final del living, una abertura continuaba hacia ese sentido, desde donde uno ingresaba a la cocina. En ese pequeño trayecto, un pequeño cubículo era el baño y frente a este, dos puertas eran la entrada a las dos habitaciones de la casa. La pieza izquierda daba hacia el patio, desde donde pude observar desde la ventana un pequeño gallinero al final del terreno. ¡Un gallinero! gritó Pablo, mi hermano mayor, quien estaba tan estupefacto como yo recorriendo cada esquina de nuestro nuevo hogar, descubriendo sus pequeños rincones y sus delicadas terminaciones. La otra habitación era donde estaba una de las dos ventanas que daban a Recreo, de hecho, esa fue la pieza que eligió mi Mamá, por su cercanía a la entrada principal y a la luz de la calle. Cosas de Mamás. Pablo y yo nos quedamos con la habitación del patio sin queja alguna. Lo bueno de eso era  que estábamos más cerca de este último, ya que saliendo de nuestra pieza y hacia nuestra derecha donde estaba la cocina, la vieja puerta blanca de madera nos permitía ingresar a nuestros terrenos traseros para disfrutar de nuestro propio patio, cosa que en Santiago nunca tuvimos y siempre deseamos tener.

         Para nosotros y continuando con lo anterior, lo mejor de la casa era el patio. Recuerdo que lo primero que vi al abrir la puerta de salida, era un  imponente cerezo ante nosotros. Dispersos por el terreno y ocultos detrás del gigante, tres pequeños arbolitos yacían en fila como los tres chiflados. Un Ciruelo, un Durazno y un Albaricoquero. Bajo las raíces eternas de ellos, los rastros de los frutos caídos y carcomidos por el tiempo parecían cual alfombra cubriendo el pasto silvestre, aunque lo mejor de todo era que las cabelleras de los señores árboles estaban abarrotados de frutos, jugosos y maduros, brillantes y redondos, esperando a que los  devoráramos. Fue cosa de segundos que Pablo se encaramara en el cerezo y yo detrás como buen cachorro tras su dueño. Cuando mi hermano vio que no lograba subir por aquel tronco roído por el paso del tiempo, descendió  raudamente para ayudarme a subir, empujándome con sus delgados brazos. Como siempre, Pablo me decía que por ser tan bajito, no lograba subir a los árboles, lo cual muchas veces me irritaba por lo reiterado de sus palabras. Después de algunos minutos y con algo de torpeza, descendimos con nuestros polerones que a esas alturas parecían hamacas de tanto fruto, siendo personalmente ayudado por mi Mamá al momento de bajar.

         Ese es el recuerdo de mi primer día en Temuco. Aquella mañana  soleada, fresca e iluminada, disfrutando de los frutos de nuestros árboles, refrescados por los dedos invisibles de la brisa del sur y sentados en la pequeña escalera de concreto que salía desde los pies de la puerta del patio. Luego de saborear los jugosos y dulces frutos capturados, nuestra Madre nos preparó unas ricas marraquetas con queso y nos invitó a tomar una leche caliente como tentempié.

         -   Mis pollitos, aquí seremos muy felices. Se los prometo. – Nos dijo con sus enormes ojos celestes, que brillaban con la esperanza de días mejores – Esta es la casa que les había contado, tan linda como alguna vez imaginamos.

         Para agregar, aprendí como nuevo “temuquense” el no mezclar la leche con los albaricoques. Aquella noche, mi estomago sufrió más de la cuenta. Mejor dicho nuestros estómagos, aunque ese desgraciado evento no empañó lo ocurrido el resto del día. Nuestro primer recorrido por el barrio y el conocer a nuestros nuevos amigos.


3 comentarios:

  1. PATRICIA MANSILLA ALT25 de septiembre de 2011, 16:52

    lA PALABRA MÁS LINDA DEL MUNDO ES.......MAMÁ.........TENERLA ....Y SERLO, SIN EMBARGO LO VIVIDO CON LOS HIJOS, ES LO MAS MARAVILLOSO EN ESTA VIDA, MI HERMANO PABLO ME HA TRANSPORTADO A LA INFANCIA DE MIS ADORADOS NIÑOS.........HERMOSAS VIVENCIAS, HERMOSOS RECUERDOS......
    GRACIAS HIJO POR TAN BELLOS MOMENTOS Q HAS DEVUELTO A MI MENTE Y Q HAS UTILIZADO EN UNO DE TUS SUEÑOS, SE Q NO ES UNA BIOGRAFIA, PERO SI SE Q ES UNA DE TUS PASIONES Y CREO Q DE LAS VIVENCIAS SALEN LAS MAS BELLAS HISTORIAS........SOLO DECIRTE ERES MI ORGULLO.....Y TE AMO

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  2. mmmmm..... yo prefiero una batalla, una guerra, pero te felicito se ve interesante si lo publicas me lo autografias quien sabe.... alomejor algun dia tu firma en el libro podria valer algo... jajajaja

    PD: podrias agregar las noches de alcohol y tu saco de dormir... eso venderia jajaja

    animo perro!!

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  3. wena viejo, sigue así..

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